Esta semana estamos llegando al fin del primer trimestre del 2022, y pienso que es oportuno detenernos a pensar en lo que ha ocurrido en estas primeras 13 semanas del año. Seguramente conocemos personas (o somos unas de ellas) que a finales de diciembre o inicios de enero se propusieron grandes y ambiciosas metas para el nuevo año. ¿Cómo vamos progresando hacia el logro de estas metas u objetivos? ¿Hemos llevado la cuenta? ¿O ya quedaron rezagados u olvidados porque el torbellino del día a día nos ha absorbido completamente?
Esta frase de Thomas Edison resuena mucho conmigo:
“Si hiciéramos las cosas que somos capaces de hacer, literalmente nos sorprenderíamos de nosotros mismos”.
¿Qué impide realmente que alcancemos nuestro potencial o qué limita concretamente nuestro crecimiento? ¿Qué es lo que hace que logremos o superemos nuestras metas más ambiciosas? Y por otro lado… ¿qué es lo que hace que a veces abandonemos nuestras metas o sueños en el camino? La respuesta a estas preguntas, y muchas otras similares, se reduce a una sola palabra: Ejecución.
El tema de la Ejecución, como concepto, es algo que me ha apasionado durante años. He leído e investigado extensamente sobre el tema, y he experimentado con diferentes métodos y sistemas. Creía que todo lo que hay que saber sobre el tema ya había sido escrito… Esto sin embargo cambió cuando encontré el libro “The 12 Week Year” de Brian P. Moran y Michael Lennington, el cual fue recomendado por una colega a quien estimo y admiro mucho.
La premisa básica del libro es que podemos ser mucho más efectivos en alcanzar nuestros objetivos si reducimos el horizonte de planificación a las 12 semanas de un trimestre, dejando la semana 13 para evaluación y planificación (un año tiene 52 semanas, por lo que hay 4 ciclos de estos en el año). Las 12 semanas de un trimestre son un tiempo lo suficientemente largo para lograr cambios y resultados concretos, pero lo suficientemente corto para crear sentido de urgencia en trabajarlos. Los autores elaboran extensamente en por qué el horizonte anual de planificación en realidad no funciona y por qué en muchos casos este proceso anual de planificación se convierte – de hecho – en la principal barrera al desempeño de las organizaciones. No es el propósito del presente artículo resumir el libro, sino más bien llamar la atención a algunos principios básicos que pueden servirnos para iniciar nuestro propio año de 12 semanas, el cual coincidentemente (o no tanto), inicia la próxima semana:
Principio 1: Todo parte de nuestra visión personal
He notado que recientemente el tema de nuestra visión personal, o propósito personal como lo llaman algunos otros, ha resurgido con fuerza entre la nueva generación de ejecutivos. Claramente hay una tendencia a priorizar y privilegiar las iniciativas que se alinean claramente con la visión y propósito corporativos, y esto se logra si los diferentes actores perciben que las mismas están en sintonía con la visión y propósito personales. En cualquier caso, este enunciado o declaración es el que determina cuáles deben ser las metas y objetivos de mediano y largo plazo que es importante trazarse. El reto está en construir el “puente” entre lo que puede ser y las acciones que cada día ejecutamos en la realidad, y de eso se trata precisamente el plan del Año de 12 semanas: en concretar aquellas acciones que debemos realizar y priorizar en el próximo trimestre para acercarnos al logro de la visión y vivir nuestro propósito.
Principio 2: Los resultados son una manifestación de tu forma de pensar
Este es quizá el concepto más poderoso que me llamó la atención del sistema del Año de 12 semanas, el cual también coincide con las ideas de otros autores (viene a la mente Atomic Habits de James Clear, por ejemplo). Si entendemos que los resultados que pretendemos lograr son consecuencia de las acciones que tomamos para alcanzarlos, y que estas acciones a su vez son “manifestaciones” de los pensamientos subyacentes que tenemos, es entonces lógico pensar que hay una relación indirecta entre lo que pensamos y lo que logramos. Concentrarnos en las acciones (lo que muchas veces planificamos a fin de año como “propósitos de Año Nuevo”) produce resultados incrementales, cuando nos va bien… Concentrarnos en los pensamientos que originan esas acciones es realmente como se potencian los resultados y podemos en realidad ver cambios exponenciales.
Principio 3: Sin la conexión emocional con la meta, es difícil alcanzarla
Este es otro concepto que me pareció diferente e impactante: cuando planificamos en base anual, la conexión emocional entre el resultado esperado (que se dará a largo plazo) y los costos (en el corto plazo) de las acciones requeridas para lograrlos (tiempo, esfuerzo, etc.) están tan disociados entre sí, que al final existe una verdadera desconexión entre lo que necesitamos hacer y lo que queremos lograr. Reducir el horizonte de planificación permite acercar el esfuerzo con el resultado y nos brinda una mayor probabilidad de éxito. A esto debemos unir que cualquier meta que nos propongamos debe tener detrás de sí misma una razón por la cual queremos lograrla. El conocer ese “por qué” nos dará la fuerza necesaria para emprender las acciones (pagar el costo) que se necesitan para lograr los resultados. Mientras más atrayente en lo personal sea la visión de lo que se quiere lograr, mayor será nuestra disposición a actuar sobre ella.
Principio 4: Limita tu alcance enfocándote en pocas metas de alto impacto
El trabajar un plan tiene tres ventajas principales:
(a) Reduce la cantidad de errores cometidos, al anticipar “en papel” los diferentes escenarios de implementación; (b) Ahorra tiempo en la ejecución, lo cual aunque pareciera una contradicción, en realidad tiene efectos amplificados en la velocidad de ejecución; y (c) Enfoca nuestras acciones, lo cual es ventajoso dada la gran cantidad de distracciones del día a día sobre nuestra ejecución. Sobre este último punto en particular, es crucial limitar nuestras metas a las tres (como máximo) que tendrán el mayor impacto en los resultados que se quieren alcanzar. No tiene sentido diluir nuestro esfuerzo, recursos y acciones entre más metas (siempre habrá más metas que tiempo para lograrlas). Es por ello de vital importancia comprender cuáles son las “pocas esenciales” en las que debemos concentrarnos. Muchos planes anuales fallan precisamente porque hay demasiadas metas u objetivos que alcanzar.
Principio 5: El mejor predictor de tu futuro son tus acciones diarias
Lo que es claro es que, aunque planificamos para el futuro, actuamos en el día a día. Al final se tiene más control sobre las acciones diarias que ejecutamos que sobre los resultados, y como vimos, estas acciones son determinadas por nuestra forma de pensar. Es crítico que los planes no consistan únicamente de números o cifras, sino que se identifiquen actividades o acciones específicas y críticas. La forma en que se redacta el plan también es de vital importancia, definiendo para cada una de las metas de las 12 semanas, las acciones o metas semanales que se deben lograr y durante cada semana definir las acciones diarias que se ejecutarán para alcanzarlas… De esta forma se logra conectar, crear el puente, entre la visión de largo plazo con las acciones del día a día, y en esto radica el poder de cambiar nuestros resultados y hasta nuestra misma vida.
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